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…y si acaso se puede pedir más pues pídalo, que esto es la barbacoa de los ’80, donde se sirven todo tipo de comidas jugosas.
¿Y quiere usted un ejército pretendidamente fascista compuesto de soldados con escudos fantásticos que repelen las balas? Pues también, oiga.
Hija de su tiempo, como todas las de su estirpe. “2.020: Los Rangers de Texas” será conocida por aquellos que en su juventud frecuentaban los videoclubs y tenían la desgracia de quedar impresionados con las carátulas de algunos títulos que pretendían explotar y aprovecharse de la fama de la tan exitosa secuela de “Mad Max”; de tierras italianas, y eso está científicamente demostrado, llegaban las mejores imitaciones, al menos las más divertidas (las peores eran las filipinas). Pues como sus colegas dedicados a la explotación, el bueno de Joe D’Amato se fue adaptando a las corrientes y modas y también le tocó hacer cine cutre-apocalíptico.
En realidad fue su colaborador Luigi Montefiori (George Eastman para todos), y por pura necesidad monetaria, a quien pertenecía el proyecto…pero por temas legales relacionados con el sindicato de directores el nombre de aquél se quedó en los créditos; uno se encargó de la dirección de los actores, el otro de las secuencias de acción. Fuera quien fuera el responsable, ninguno de los dos iba a mejorar esta patochada que empieza entre ruinas y con un grupo de justicieros (¿?) peleando contra unos mutantes (¿¿??) para salvar a unas monjas de ser violadas (¿¿¿???).
Sí, lo dicho no tiene mucho sentido, pero nada lo tendrá de aquí en adelante; y como se debe situar en el centro de la trama a un protagonista y un antagonista unidos por un gran rencor y que se irán encontrando de cuando en cuando (algo parecido a la relación de Max y Wez), uno del grupo de justicieros (¿?) resulta que es muy malo (“Catch dog”…no te lo pierdas) y otro muy bueno (Nisus), y entre ellos una bella joven (Maida; la bellísima y muy rubia Sabrina Siani). Elipsis de unos cuantos años en pocos segundos y el bueno está en una comuna que controla una gran fuente de energía sin embargo codiciada por un retrasado con ínfulas de cruel dictador militar (vaya, nunca lo había visto).
Todo esto, con sus batallas a lomos de vehículos camuflados para mimetizarse con el cuidado ambiente post-apocalíptico, es inevitable que nos recuerde a la peripecia de Miller (en esta ocasión no se nos explica cuál es esa fuente que poseen los aldeanos). Pues agárrense que viene fuerte: ¡en un alarde de pura originalidad, Eastman o D’Amato (da igual) se cepillan al protagonista y desvían la trama hacia unos derroteros que abogan aún más por la incongruencia narrativa!; ni yo mismo me lo esperaba. ¿Y quiénes son ahora los que llevan la batuta?, ¿la mujer?, sería lo más lógico, pero no.
No, como al dueto le gusta sorprender vuelven a aparecer los antiguos compañeros de Nisus (¿y dónde se habían metido todo este tiempo?), que se encuentran a la pobre Maida de esclava (¿dan con ella por casualidad o sabían su situación?); ni se entiende ni hace falta, ¿pero es necesario? A estas alturas uno sólo quiere deleitarse con ese áspero ambiente recargado de violencia (tampoco muy extrema), sexo y delirio que modelan los directores a lo largo de una historia facilona que podría encajar en cualquier “spaghetti western” si en vez de coches y motos camuflados con chapas hubiera caballos.
¿Ha dicho usted “western”? Sí, en efecto, D’Amato filmó algunas perlas del género al principio de su carrera; se ve que le pareció bien la idea de cruzar universos e incluir en este mundo futurista a unos indios…metidos entre bosques y con sus tiendas de campaña y todo, como si se tratara aún de principios de 1.800. La pérdida de sensatez cruzaba un nivel de regularidad aceptable, pero esto termina de desbordar el film; al menos no tenemos que sufrir la irrupción de seres mutantes, bestias del subsuelo, cyborgs o extrañas civilizaciones, como en otros títulos de la época y del género (“Ruedas de Fuego”, “2.019: Tras la Caída de New York”, “Mad Warrior”…).
Al Cliver, cara conocida de la serie “B”, da músculo y nula personalidad al protagonista (que luego resulta que no lo es…); contra él un tampoco nada carismático Daniel Stephen, a quien uno querría borrarle esa sonrisa tan imbécil de la cara con un hierro candente, del mismo modo que a Donald O’Brien. Siani está ahí, y al menos cuando está la pantalla se ilumina con su belleza…lo malo es que no aparece todo lo que debiera.
La batalla final ejemplifica lo que nos quieren dar D’Amato y Eastman, mucha acción y brutalidad y un maniqueísmo bien repartido (los malos son muy malos porque sí y los buenos, aunque no lo parezca, son muy buenos). Pues con todas sus vueltas, escasos recursos y graciosos delirios (la participación de los indios es para ver sin parpadear), la película resulta entretenida, y más aún gracias a la entrañable banda sonora de teclados de Carlo María Cordio. Al año siguiente el director volvería junto a Cliver para otra aventura futurista, más extraña y por ende más divertida: “Endgame”.
Y me pregunto yo: ¿si resulta que la solución eran las flechas de los indios…a nadie se le había ocurrido antes lanzar cuchillos, armas arrojadizas u otros objetos contra los escudos de los soldados? En el aire queda eso, y sin respuesta.