La Noche de los Muertos Vivientes
Lamento a todo aquel que no tuviera la suerte de ver de niño “La noche de los muertos vivientes” porque se perdió algo bueno. En el cine y en la literatura se debe procurar seguir un criterio y una cronología, no se puede degustar las obras de forma desordenada ya que produce confusión. Si alguien ve esta película después de visionar cien de terror de los últimos años o toda la producción que se hizo en los setenta que fue un boom le puede resultar anticuada. Evidentemente y no digo que no.
Pero esto es cine de culto y lo demás son sandeces, aquí estamos asistiendo en realidad al nacimiento de un subgénero –aunque ya había sido fecundado años antes en “White Zombie (1932)- ya que es a partir de aquí cuando se fijan las reglas de cómo se puede matar o no a un muerto viviente y en definitiva todas las características que la gente se conoce de memoria, como pasó con los vampiros también en su momento años antes.
George A. Romero era uno de los directores que más y mejor apuntaban hace años. Con 28 años hizo un trabajo sensacional en esta limitada película de presupuesto pero no de ilusión, ganas y calidad. Pero es verdad que haciendo balance de su filmografía digamos que no ha estado a la altura de las expectativas. Pienso que se equivocó al decidirse a encasillarse en el género de terror-gore con el subgénero de zombies principalmente, creo que tenía calidad para hacer otras cosas y a mi juicio a pesar de ser uno de los reyes de este tipo de películas y que pasará a la historia del cine por su contribución, creo que podría haber dado mucho más. Que se le va hacer.
En este su primer trabajo nos encontramos su personalidad que estará ya siempre presente, las películas de Romero tienen un sello inequívoco y eso también es destacable. Es verdad que quizá no es la mejor de todas sus películas pero sí la más querida y sobre todo la más recordada por todos. El resto con mayores o menores variaciones son todas en cierta forma un “remake” de esta.
Personalmente esa atmósfera malsana y claustrofóbica cercana a la locura es lo que más me gusta, además de que este tipo de cintas son deudores de las películas del oeste, ya que en realidad lo que tenemos es un fuerte rodeado por indios y un grupo de vaqueros intentando escapar y esperando a la caballería.
Lo interesante es que aquí esos vaqueros no se llevan bien, por el contrario hay una falta evidente de solidaridad que se acentúa cuando las cosas van mal, algo que pasa a diario en nuestras vidas y que el cine no siempre muestra, presentándonos un mundo donde la gente muere y lucha por los demás cosa que rara veces ocurre.
Película que marcó tendencia.
Zombi
Tras el espectacular éxito de «La Noche de los muertos vivientes» Romero decidió que había que darle una nueva vuelta de tuerca al género. Ya no se trataba sólo de infundir terror al público, sino de calmar sus inquietudes políticas y mostrar, ya de paso que uno podía mostrar cierto compromiso social desde un género que está en las antípodas del cada vez más pesado y decadente thriller político.
Para ello se nos muestra un film que quizás parezca que tarda en arrancar, pero que tiene un significado más que concluyente: la sociedad se encuentra en detrioro más allá de una invasión zombi. Mäs allá de eso hay claras tensiones raciales, sociales y un progresivo distanciamiento de una clase media cuya principal preocupación es consumir y no pensar.
Por ello el marco más adecuado es el del centro comercial, porque el instinto primario zombi es el de comer, pero tambien el de estar en un ambiente conocido, y que mejor lugar que el sitio donde se pasaban la mayoría de sus interminables y aburguesadas existencias.
Es por este motivo que, dejando de lado los momentos gore, «Zombi» es un canto de denuncia contra una sociedad que está perdiendo sus valores y que anda más preocupada en comprar la felicidad a través de lo material que de fijarse en el caos que les envuelve.
De lo que se trata es de poner de relieve que, sin darnos cuenta, todos nos estamos conviertendo en zombis. Quizás no nos comamos a nuestros congéneres, pero sólo hay que darse una vuelta por cualquier tienda en fín de semana para observar como somos capaces de pisotearnos, insultar a dependientes y maltratar a quién sea necesario para conseguir ese oscuro objeto de deseo que nos han vendido en la televisión. Quizás por ello el mejor momento de la película es cuando observamos como se divierten los humanos yendo de compras, ajenos a la devastación que les rodea.
Lo mejor: Su implacable crítica al materialismo.
Lo peor: Que Romero no sea un pesimista total y siempre deje abierta una puerta a la redención y a la esperanza.
El Día de los Muertos
Hay una cosa que tengo bastante clara: Romero no hace cine de Terror. Te puede poner de los nervios, darte algún susto y, por supuesto, revolverte las tripas, pero jamás te provoca ese miedo irracional e íntimo que caracteriza al género. Y esto no es una crítica, sino un encendido elogio a su coherencia, a que sea capaz alejarse de la tentación de utilizar los zombies para hacer vulgares pelis de miedo –Error de todos sus supuestos imitadores- . Porque, que nadie se engañe, Romero jamás, ni por un instante, ha pretendido hacer semejante cosa…
Y, no, no digo que no haya nada terrorífico en sus películas, al contrario: siempre, tras verlas, acabo absolutamente horrorizado… Pero no se trata de ningún miedo irracional e inefable, ¡qué va!, sino de un terror perfectamente concreto y muy cotidiano: el espanto que me provoca contemplar la infinita estupidez y mezquindad humana, comprobar hasta qué punto somos despreciables y merecedores de todo lo que pueda ocurrirnos; incluso ser devorados vivos.
Y es que ese es El TEMA de Romero: la miseria de la condición humana.
En efecto, sus películas, todas la misma, no son más que un mismo retorcido y obsesivo experimento mental repetido bajo distintas variantes: “Cojamos a un grupo de personas y obliguémoslas, a través de una amenaza completamente irracional e insuperable, a permanecer encerradas en un espacio limitado y bajo continua tensión.” Y el resultado de semejante experimento es, por descontado e irremediablemente, la catástrofe.
Porque, sí, los verdaderos monstruos en el cine de Romero no son zombies, sino hombres. Tanto es así, y esa es su genialidad, que irrevocablemente, a pesar de todas las brutales evisceraciones y escenas de canibalismo, son los zombies los que quedan mejor parados, los más dignamente retratados: “Al menos entre ellos no se devoran”.
El Día de los Muertos es la más redonda de las películas de Romero, su obra maestra. Su ambientación absolutamente claustrofóbica y opresiva; su atmosfera ominosa, apocalíptica, profundamente amenazante y angustiosa (posee el inmenso acierto de no mostrar prácticamente zombies hasta casi el final y, sin embargo, hacerlos omnipresentes en nuestro pensamiento); sus interpretaciones increíblemente solventes -Jamás, y lo dice alguien que sabe de lo que habla, he visto unas actuaciones tan repugnantemente realistas como las de los que interpretan al capitán Rhodes y a sus secuaces- y la acertadísima introducción de personajes como “Frankenstein” y Buddy -el zombie más famoso de la historia tras George W. Bush- , la hacen totalmente imprescindible.
Solamente sus desmedidos excesos gore – avisado quedas- impiden que este peliculón llegue al gran público: jamás Tom Savini ha estado tan desatado como aquí, y en pocas películas se verá semejante regusto por lo explícito; semejante galería de destripamientos, ojos desorbitados, intestinos de cerdo, higadillos…
Aun y todo, imprescindible.