En este artículo iremos analizando las obras postumas de los grandes directores de la historia del cine. Mastodontes del septimo arte que en algún punto de su camino tuvieron que dejar su arte no sin antes, dejar claro que el talento no conoce el paso del tiempo y quizás solo la energía es lo que amilana la fuerza creativa de esos seres nacidos bajo un golpe de varita mágica. Empezamos el artículo con Alfred Hitchcock e iremos ampliando el artículo de forma permanente hasta dejar o conseguir un lugar perfecto donde resumir lo que es el fin de los mejor que ha dado este noble arte que tanto nos gusta.
LA TRAMA (1976)
La última película de ALFRED HITCHCOCK
Film nº 53 de Hitchcock. Escrito por Ernest Lehman (“Con la muerte en los talones”, 1959), se basa en la novela “The Rainbird Pattern” (1972), de Victor Canning. Se rueda en exteriores de California (San Francisco, Angeles National Forest, Sierra Vista Park, LA) y en los platós de Universal Studios. Es nominado a un Globo de oro (actriz, B. Harris). Producido por Hitchcock, se estrena el 9-IV-1976 (EEUU).
Es la última película de Hitchcock, que la realiza tras 4 años de inactividad, a la edad de 77 años. En ella combina humor, misterio y suspense, en un conjunto estimable. Sin duda alguna no es una de las obras maestras de Hitchcock, pero a estas alturas poco tenía ya que demostrar este genio. Durante esta última etapa de su carrera el director se quejaba de la dificultad de encontrar guiones que le satisfacieran. Desde mi punto de vista La Trama está rodada como un pequeño capricho de Hitchcock, con pocas pretensiones más allá de entretener.
Podemos ver a Family Plot como la hermana pequeña de Con la muerte en los talones: Me explico; me parece simplemente dificilísimo mezclar comedia y suspense de una forma tan natural. Esto sólo se puede conseguir con talento. Y Hitchcock es sinónimo de talento. El problema es que el director había dejado el listón muy alto con obras maestras incontestables y cuando aparecía con un título de este tipo defraudaba a mucha gente. Alfred Hitchcock se despedía con una entretenida película de enredos en la que los tejemanejes de dos parejas que se ganan la vida de forma ilegal van a chocar de forma casual. A esas alturas el conocido director británico ya lo había hecho todo, de manera que se tiró mucho tiempo rechazando guiones que no le interesaban hasta que se topó con el de “La trama” y le pareció convincente. Sin embargo, “La trama” no cuenta con una historia magistral, no nace a partir de un derroche genial de ideas, y por mucho amor que se le tenga a Alfred Hitchcock tampoco es una lección de técnica cinematográfica. Aquellos que consideran que esta película es una obra maestra, estoy convencido de ello, lo hacen seguramente empujados por la conciencia de tener delante la última realización del director. Todo tiene su final, y no por ser Hitchcock iba a despedirse por todo lo alto con una película extraordinaria.
La música, de John Williams (“Star Wars”, 1977), aporta una partitura orquestal de formas rotundas, con bonitos cortes como “Finale”, que adquirió gran popularidad. Añade un fragmento de la canción “Rejoice, The Lord Is King”, de John Darwell y Charles Wesley. La fotografía, de Leonard South (“Frenesí”, 1972), en color, presenta escenas en las que predominan los colores cálidos o fríos, que contienen evocaciones de engaño o sinceridad. Subraya la visualidad de los lances cómicos (conversación en la joyería, Blanche en coche sin frenos) y los planos de peligro y suspense.
SIETE MUJERES (1966)
La última película de John Ford
La última película del gran John Ford supuso un bofetón a todos aquellos que intentaron (e intentan) encasillarle. Ford tenía 71 años en 1966 y una larga trayectoria en sus espaldas. Un tema conflictivo y polémico como este, a cualquier otro lo hubiese hundido. No a Ford. Ford estaba en la élite de los intocables. En el Parnaso de los elegidos. Mas de 130 películas le avalaban.
Quizás por eso no triunfó en su día y en la actualidad sigue siendo de sus películas más desconocidas, además de no tener buena prensa en Estados Unidos. Acostumbrado Ford a rodar con toda su gente, en esta su última película, cambia de tercio y con excepción de los actores secundarios Strode y Mazurki, el resto del equipo tanto técnico como artístico eran la primera vez que trabajaban con él.
Acusado de misoginia toda su vida, reunió a un grupo de actrices en su última película y las convirtió de protagonistas absolutas destacando la maravillosa Anne Brancroft.
La película de John Ford es polémica, no contenta a nadie, por un lado los que se identificaban con él, una derecha más conservadora reciben un varapalo al encontrar una crítica a la religión, al sistema de valores conservador y mojigato, y en definitiva como los hechos y no las palabras son lo que importa cuando de verdad hay que ayudar, por su parte el sector históricamente más reacio a Ford no iban a dar su brazo a torcer cuando el maestro, una vez, más se sale de guión y les demuestra que puede ser más provocador que cualquier pancartista. Total que la película no agradó a nadie.
Los que llaman fascista entre otras lindezas a John Ford deberían ver ”Siete mujeres”, película transgresora donde las haya y muy adelantada a su tiempo, además de ser una despedida atípica para lo que nos tenía acostumbrado.
Una estética de teatro, con unidad de espacio prácticamente, basado en los diálogos y protagonizada por mujeres y polémica en el terreno sexual como moral y religioso, fue la despedida del director que mejor rodó los espacios abiertos, a los actores hombríos como Wayne, el movimiento (de caballos por ejemplo) y en general todo aquello que tuviera vida y mereciera ser filmado con humanismo.
Quienes son incapaces de ver en a Ford en “Siete mujeres” son, en el fondo, víctimas de la más sostenida y elaborada fabulación fordiana, la que le quiere maniatado a una corneta de la caballería, machista, racista, tradicionalista, sensiblero y simplón. Sólo los habituados a identificar a Ford con el puñado de facilones estereotipos que él mismo contribuyó a cimentar pueden sorprenderse porque, en su despedida, Ford dirigiera una película cuyo elenco está casi exclusivamente compuesto por mujeres y en la que los hombres son reducidos a la condición de bestias cobardes y entregadas a la satisfacción de sus más bajos apetitos. O porque en ella se examinen con crudeza los rincones más oscuros y falsarios de la fe religiosa. O porque uno de sus protagonistas, Woody Strode, un negro con sangre india, se convirtiera por aquellos años en uno de los mejores amigos de Ford y fuera uno de los pocos elegidos que pudieron despedirse de él, del racista, misógino y reaccionario Ford, en el lecho de muerte del mejor director de todos los tiempos, tal día como hoy, hace ya cuarenta años.
AQUÍ, UN AMIGO (1981)
La última película de Billy Wilder
Tres años después de su espléndida “Fedora”, Wilder pone punto y final a una carrera brillantísima, consolidándose como uno de los mejores y más influyentes directores en la historia del cine…
Una colorista fotografía a cargo de Harry Stradling Jr y una jazzística banda sonora a cargo de Lalo Schifrin el compositor argentino de la archiconocida y multiversioneada sintonía principal de “Misión Imposible” o la espléndida banda sonora de “Harry el sucio”, completan los ingredientes de esta digna obra póstuma de uno de los genios más admirados del celuloide internacional…
Como siempre, la idea de partida del argumento es genial: un asesino profesional que trabaja para la mafia (Matthau) se dispone a eliminar a un soplón justo antes de que declare en un juicio, pero su meticulosa planificación se verá alterada por las tendencias suicidas de un hombre que se instala en la habitación contigua (Lemmon). Naturalmente, el guión está enriquecido con chistes agresivos, situaciones cómicas de cosecha particular y la química inmejorable entre los dos famosos protagonistas. La parte final es flojilla, pero el resto es cojonudo, al nivel que se puede esperar de Wilder. Es por ello que me parece injustamente infravalorada.
El soberbio guión se mofa de toda la tropa de charlatanes pseudocientíficos que aprovechando el “free love” de los 70 causaron estragos en mentes y bolsillos de los 80. Fantástico las pintas de “Village People” de los polis en la clínica. Sublime el momento en que el padre primerizo les ofrece unos canutos. Además, todo el plan para asesinar al último soplón y ese final son para reírse a mandíbula batiente. Impagable el nombre del sicario (Trabucco). Wilder en estado puro y disparando a todo lo que se mueve.
Sobre las interpretaciones destaca el fabuloso tándem Lemmon-Matthau, Dana Elcar realiza un buen papel a su medida, Paula Prentiss está correcta y Klaus Kinski bastante grimoso.
Recomendable para quienes quieran conocer alguna de las referencias de Quentin “Refritos” Tarantino. Una última obra digna para cerrar una filmografía de las más grandes.
AL OTRO LADO DEL VIENTO (1970-2018)
La última película de Orson Welles
La última película de Orson Welles no es cine convencional e incluso no es arte convencional. La póstuma obra del director es un monumento sólo a la altura de su genio y sobre la cual sólo se puede jugar y conjeturar. Años antes de este filme el director de Ciudadano Kane ya nos dejó un juego en forma de imágenes llamado ‘F for Fake’, el cual hablaba sobre la mentira o el engaño y eso nos avisa que juzgar que hay de verdad o que hay de mentira en ‘Al otro lado del viento’ es un puro juego de azar, pero, eso quizás también es parte del arte y lo que hace que pueda seguir vivo con el paso de los años y si no, que se lo digan a ‘La Gioconda’.
Lo que sí que no hay que conjeturar es que hay algunos planos en este filme que tienen mucho más valor cinematográfico que temporadas completas de series emitidas por Netflix y esto, sólo dice una cosa, que o Netflix es muy valiente a la hora de poner esta obra al lado de la suya, o simplemente que es tan de su tiempo que no concibe el mensaje que ‘Al otro lado del viento’ pretende ofrecer. Y es que, Al otro lado del viento habla de muchas cosas, tantas, que algunas ni siquiera sabemos que están ahí, pero, entre las claras, hay tres que pasamos a describir.
¿Ciudadano Welles?
La primera la vemos claramente en la película principal del filme (hay dos películas dentro de una) la cual ha sido filmada y montada mediante cámaras en 8mm y 16mm a base de cortes bruscos y cortos entre los cuales no existe el encuadre cinematográfico clásico como tal, y se recurre a un formato digamos documental. En esta parte que es el 90% del metraje del filme, nos encontramos como Welles recrea un nuevo Ciudadano Kane pero basado no sólo en su figura, sino en la del director de cine del Hollywood clásico ya sea Ford, Hawks, Huston o el mismo Welles.
Hannaford es el personaje simbólico interpretado por John Huston y el cuál al igual que ocurría en Ciudadano Kane, vamos conociendo mediante comentarios de una serie de personajes secundarios.
Esta parte del filme como hemos dicho, “olvida” el mimo y el significado visual y narrativo de la imagen o el plano y se centra únicamente en el texto y el montaje, y nos sirve para ver una crítica directa e indirecta que habla sobre el fin del Hollywood clásico ya sean sus creadores, sus mitos y leyendas, sus penurias y vergüenzas y todo lo que le rodea. Por supuesto, el hombre endiosado (director / creador) como “macho” con su trono, poder, virilidad y debilidad oculta, y su caída, son la base de esta parte.
RIO LOBO (1970)
La última película de Howard Hawks
Obra póstuma de Howard Hawks fue el cierre de la trilogía iniciada once años antes con la espléndida “Río Bravo”, sobre la lucha y defensa contra el orden establecido. Hawks cambió tan sólo y de nuevo, la disposición de los elementos en la lucha contra el mal, y en esta tercera y última entrega dio una nueva vuelta de tuerca al planteamiento. El problema en esta tercera entrega es la nula aportación del reparto coral, a años luz de los extraordinarios repartos de sus antecesoras.
El guión fue obra de Leigh Brackett, quien ya colaborara antes con Hawks precisamente en “Rió Bravo”, y el resultado es este estupendo a pesar de todo western crepuscular en la era del Vietnam, cuando los americanos estaban mutando sus gustos condenando al ostracismo aquel maravilloso y legendario género cinematográfico. Sólo Wayne, nexo de unión de la trilogía, está aquí a la altura de las circunstancias. El resto de los presentes pasan sin pena ni gloria por este espléndido proyecto, que con el devenir de los años ha ganado enteros, como cuadratura del círculo y genial colofón en la carrera de este inolvidable cineasta, productor y escritor norteamericano.
En el apartado técnico brilla con luz propia una fotografía crepuscular iluminando el territorio texano a cargo de William H. Clothier, y en la banda sonora destacar el buen trabajo de Jerry Goldsmith, quien inspirándose en la intro de la magistral y única “El tercer hombre” de Carol Reed, se atreve a emular si no la sintonía, sí la pose de una mano acariciando las seis cuerdas de una guitarra española, aunque por supuesto nada que ver con el original de Anton Karas. En la nueva vuelta de tuerca del planteamiento de Hawks a que antes aludía, y para colmo de lo surrealista, los “buenos” luchan contra el supuesto garante de la ley y el orden, el corrupto y cacique sheriff de la localidad texana de Río Lobo, el marshall ‘Blue Tom’ Hendricks.
Desarrolla una historia de búsqueda, persecución y venganza. Exalta la amistad, uno de los valores más preciados de Hawks, y factor que desencadena con naturalidad la acción. Condena la traición y la deslealtad, que concibe como fuente originaria de los deseos de venganza. Desde una perspectiva moralista (no moralizadora) explica una historia en la que el bien se enfrenta al mal por medio de unos personajes que actúan por convicción, imperativos cívicos y motivos altruistas, sin esperar nada a cambio. Para Hawks el bien es esforzado, luchador, comprometido y generoso. El premio que da a los suyos es la satisfacción que deriva del deber cumplido, según Hawks el más grande de todos los posibles.
Los diálogos son punzantes, ocurrentes, naturales y realistas. Combinan con singular habilidad sentido dramático, ironía y buen humor. Los personajes se presentan bien construidos y pulcramente diferenciados. El realizador se complace, sobre todo, en contar una historia. La narración es absorbente, atractiva, entretenida, divertida y trepidante. No alcanza el nivel magistral de “Río Bravo”, pero se mueve a una altura admirable. La despedida de Hawks es digno colofón de una carrera cinematográfica portentosa.
La música, de Jerry Goldsmith (“Chinatown”, “L.A. Confidencial”…), presenta una partitura colorista, alegre y vibrante, de melodías de intenso sabor country. Se sirve de la guitarra, armónica, acordeón, instrumentos de viento y percusión. Crea composiciones que refuerzan la intensidad del ritmo, la fuerza del dramatismo y el sentido lúdico del humor. La fotografía, de William H. Clothier (“Fort Apache”, Ford, 1948), aporta belleza, precisión, sobriedad y eficacia narrativa. Destaca la imponente presencia y la gran actuación de Wayne.
EYES WIDE SHUT (1999)
La última película de Stanley Kubrick
Una de las ventajas que tiene el cine de Stanley Kubrick es que es un director que siempre conectó muy bien con los jóvenes. A pesar de que muchas de sus películas tiene más de 40 años, tienen esa rebeldía e irrespetuosidad que las convierten en objeto de culto por legiones de jóvenes adictos al cine que sin embargo ignoran a otros clásicos. Sin embargo con “Eyes Wide Shut”, la última película del director no ocurrió lo mismo. Así quizás, su película más moderna sea la más antigua ya que no es pura vanguardia sino la disección de parte del alma humana y de nuestra sociedad.
En esta polémica obra no importa tanto a pesar de que sea tan buena la música, ni la fotografía, ni los decorados, todo muy cuidado y bello, pero no es lo esencial ni primordial, algo que no es habitual en el cine del autor. La clave es el mensaje de un hombre muy maduro, que los jóvenes no entenderán ni tampoco los mayores carentes de introspección. Kubrick se desnuda y escoge una novela de Arthur Schnitzler, amigo de Freud y de la escuela de psicoanálisis de Viena para llevarnos a las alcantarillas de nuestro subconsciente.
Estamos ante una de las mejores película de Stanley Kubrick sin lugar a dudas, donde no se limita a rascar en la superficie sino a zambullirse en la profundidad tan atroz que supera a la mayor parte de los televidentes sin posibilidad de alcanzarle, pero no lo hace de forma relativista y posmoderna como en “2001…” Sino de la forma más sincera y honesta que nos ha mostrado el cine en los últimos años.
Por cierto Sydney Pollack debería prodigarse más como actor (sobre todo viendo que desde “Habana” no ha hecho nada interesante) ya que está fabuloso y deberían haberle nominado a mejor actor secundario. Tom Cruise hace uno de sus mejores trabajos y Nicole Kidman está más que correcta a pesar de algún que otro monólogo sea poco convincente.
Una obra psicoanalítica demoledora e inolvidable, de una clase y estilo impecable que representa un colofón impecable para el final del siglo XX, siglo cinematográfico por excelencia.
MADADAYO (1993)
La última película de Akira Kurosawa
Kurosawa se despidió del cine para siempre con esta contemplativa y cotidiana obra. El profesor Hyakken Uchida es venerado por sus alumnos en todas las generaciones en las que ha impartido clases. El maestro Uchida, al igual que el maestro Kurosawa se despide de sus alumnos de forma emotiva, de alguna manera el director se despidió con esta película que parece un homenaje a Ozu. Esta película parece un reflejo de la realidad, ya que el tema es la relación del profesor con sus alumnos (siendo el profesor Kurosawa y nosotros los alumnos). Es una de las películas más bellas y cautivadoras del maestro japonés, cuidando cada detalle hasta la extenuación. La relación entre los alumnos y el profesor es digna de elogio, la forma en la que esta tratada, como si fuera un matrimonio. Sus alegrías, momentos de fiesta, momentos trágicos, etc. El conjunto de la película parece un poema hecho bajo los árboles viendo un atardecer de sol, porque es preciosa en su totalidad.
El respeto que todo el mundo tiene al profesor es un reflejo de la sociedad nipona de aquella época, que a pesar del momento histórico en el que se encontraban, sabían guardar las formas y admirar a quien tienen que hacerlo. El maestro, con su irónico sentido del humor, nos gana enseguida y le cogemos de la mano para que nos guíe por ese Japón deprimido de posguerra. En la filmografía de Kurosawa tiene obras épicas espectaculares y dramas íntimos y personales, y esta película que nos ocupa la podríamos agrupar en estas ultimas. Dicen que no es su mejor película pero ¿Cuál es su mejor y peor película? Ran, Los siete samuráis, Yojimbo, Sanjuro, etc. Filmografía espectacular.
Pero lo que sentí con Madadayo no lo sentí con ninguna de estas porque esta última tiene el toque especial que te hace el saber que estas ante tu última película. Cada año deberíamos juntarnos y celebrar el día de su nacimiento, como en la película, ya que si este señor no hubiera existido el cine nunca sería lo que es hoy en día. Ciñéndonos a la película, la relación entre el maestro y su mujer desprende ternura, desprende años de fidelidad, complicidad y sufrimiento conjunto. Una relación recreada de forma brillante con esos planos generales de ambos en el salón que parecen no decir mucho pero de repente una mirada de la mujer transforma el cuadro en una estampa conyugal de postal.
Hecha sin artificios y sin grandes manifestaciones de grandeza, la película alcanza su clímax en la reunión entre alumnos y profesor y en ese cántico que ha quedado para la historia, en el que la respuesta del profesor era Madadayo (todavía no). Perfecto resumen fílmico que hace justicia a la carrera del más grande director oriental junto a Ozu.
PASAJE A LA INDIA (1984)
La última película de David Lean
Tras la sutil expresión de una sexualidad apabullante que se resiste a sí misma, el maestro David Lean se despide del cine para siempre. El fracaso de La hija de Ryan, estupenda e incomprendida, le alejó de las cámaras 14 años. Volvió con esta obra singular, misteriosa, fascinante, en la que no habría conflicto si la protagonista, sensible, inteligente, deseosa de abrirse al mundo de otra civilización y predispuesta a repudiar la estupidez burguesa que la rodea, hubiese sido capaz de aceptar su sexualidad en lugar de ahogarla.
Si ella, con todo ese cargamento “intelectual” formidable hubiera tenido un ápice de sangre caribeña con la que susurrar el deseo al hombre escogido, entonces no habría conflicto, no habría drama, ni gran novela de E. M. Forster (1870-1970), otro inglés que padeció —desde la homosexualidad— el castigo feroz de la represión sexual.
Con este material, David Lean mima una historia de pequeños detalles, sin la menor grandilocuencia. Después de Lawrence, Zhivago y Ryan, vuelve a las intimistas historias de sus comienzos, se decide por el exclusivo espectáculo interior de almas en pugna con sus cuerpos, del presente en pugna con la memoria.
A tal punto evita el gran despliegue que ni siquiera aprovecha las lluvias monzónicas, todo es austero, reconcentrado, mientras en el fondo de los cuerpos fatigados se ruegan besos que no llegarán jamás… para “casi” nadie.
James Fox, Peggy Ashcroft, Judy Davis y el admirable indio Saeed Jaffrey junto a magníficos secundarios interpretan de modo encomiable esta historia de choque de civilizaciones con canción de amor impronunciable.
El único que no responde a las expectativas habituales es el maestro Maurice Jarre, menudo cansancio tendría que repite la sintonía de La hija de Ryan como si lo supiera porque apenas se muestra. Pero, bueno, nadie es perfecto, y la película está más allá del bien y del mal.
David Lean la realizó en el 84, murió en el 91, tras largos dimes y diretes con las compañías de seguros que no querían cubrirle un proyecto más ambicioso que todos los anteriores: nada menos que Nostromo, la impresionante novela de aventuras de Joseph Conrad. Los de seguros tenían razón, Lean murió antes de empezar a rodar o los primeros días. Tenía 83 años. Nos dejó una buena cantidad de excitantes películas sobre el amor entre amigos y amantes, todos personajes interesantes, tratados con imaginación y sensibilidad, incluso cuando les rechaza ideológicamente, nunca se perdía en maniqueísmos empobrecedores. Era, sobre todo, un creador humildemente sabio.
LOS CRÍMENES DEL DOCTOR MABUSE (1960)
La última película de Fritz Lang
Lang cierra su filmografía con una película inquitante, se nota que el maestro juega con cartas ya marcadas pero en su vuelta a Alemania retoma un cine ya inventado por él y que luego será mil veces imitado, pero a diferencia de otros productos el cine de Lang busca lo sombrío, el peligro, lo fantasmagórico y la película adquiere una densidad sorprendente.
Nos encontraremos pasadizos, cámaras que vigilan, la tecnología al servicio del crimen, videntes y asesinos que pretende la destrucción de todo. Hay un cierto aire malsano en la sociedad que retrata Lang, un aire que impregna cada fotograma de la película donde un peligro no específico esta presente y acecha a todos los personajes dejando al espectador una sensación de turbación y desamparo.
En 1959, y cuando estaba convencido de que, el prepotente e inescrupuloso Dr. Mabuse, podía ya descansar en su tumba, Fritz Lang es tentado de nuevo por otro productor, dispuesto a revivirlo para “complacer al público” de la generación 1950, que quizás jamás conoció a este personaje que siempre sorprendía con sus maquiavélicos planes. No obstante que la novela original había sido escrita por su ex-exposa Thea von Harbou, Lang –co-autor de los guiones-, seguía teniendo los derechos del personaje y esto hizo posible reescribir por completo otra historia, pero conservando los caracteres y el modus operandi del siniestro asesino.
Para el director alemán, la nueva historia le permitía mostrar un nuevo fusil de aire comprimido que venía probando el ejército norteamericano el cual disparaba agujas, no hacía ruido y no dejaba huella alguna de cortes o quemaduras. También sabía Lang, de un proyecto que tuvieron los nazis de contruir varios hoteles en los que alojarían a los representantes de los países invadidos, pero con suficientes micrófonos como para estar al tanto de cada palabra. Con mejores recursos técnicos en los últimos años, el director pone además cámaras en cada cuarto, espejos de observación oculta… y así, el nuevo Dr. Mabuse, mantiene el control de todo lo que se mueva dentro del Hotel Luxor.
Como es habitual, habrá un complot planeado hasta donde el destino lo permite; pasarán por escena personajes bastante ambiguos, caballeros de profesión doble y una dama bastante sensual (Dawn Addams) que, gracias al amor, aguarda la ocasión de redimirse. Y nuestro director sabrá crear un ambiente de misterio bastante enmarañado, con el que logra mantenernos atentos hasta el último minuto.
Pequeños baches en alguna escena de autos con backprojection, algún despiste en los efectos de sonido, la típica situación de “les daré tiempo de que se salven”, y un protagonista multimillonario incapaz de convencernos de que se trata de un americano, apenas empañan un filme que resulta bastante entretenido y con el que Fritz Lang se despide del cine de manera satisfactoria.
Con posterioridad, nuevos proyectos le serían ofrecidos a este inmenso director al que los productores querían financiar hasta su muerte, pero ya Lang estaba cansado y no se sentía demasiado a gusto con el cine alemán de la posguerra. Lo único que lamento es que no haya podido realizar una historia que escribió, en colaboración con Heinz Oscar Wuttig, titulada “…und morgen: Mord!”, argumento que tuve ocasión de leer y me pareció estupendo.