Londres. En las aguas del Támesis aparece el cadáver de una mujer desnuda y estrangulada con una corbata a rayas. La mujer presenta, además, síntomas de violación y otras señales que hacen sospechar que el asesino es un maníaco sexual.

Es bien cierto que las últimas películas de Hitchcock en Estados Unidos no tuvieron el éxito deseado, y las productoras americanas desdeñaron sus nuevas ideas, pero esto no le impidió al gran director inglés volver a demostrar que todavía no estaba acabado, de aquí su vuelta a su tierra inglesa y volver a retomar por última vez el tema del falso culpable perseguido por la justicia. “Frenesí” es una excelente película aunque extraña y distinta de todas las que había realizado, uno de los aspectos más importantes es la visión que el realizador transmite en ella de la administración de justicia y de todos aquellos que la sirven, incluso se atreve con la reacción de la propia sociedad en general ante los indicios de que uno de sus miembros sea un asesino en serie, un ejemplo de lo antes dicho es el comentario de dos clientes de un pub, que se quedan tan anchos al comentar la publicidad y los beneficios económicos que puede reportar el caso “del asesino de la corbata”.

La película tiene muchos detalles para poder comentar, pero particularmente me quedo en los dos siguientes: La secuencia del juicio, en la que Alfred Hitchcock sitúa la cámara fuera de la sala, de esta forma no se pueden escuchar ni las exposiciones del fiscal ni tampoco las de la defensa, para que vamos a perder el tiempo si ya de antemano todo el mundo tiene su veredicto de culpabilidad. La otra secuencia importante, es dar al caso un hilo de esperanza, mostrando al inspector que lleva el caso dudar acerca de la culpabilidad del acusado, cuando solitario en la sala del juicio escucha pensativo, tanto los exaltados gritos de inocencia como las promesas de venganza del acusado.

Con un reparto que cumple a la perfección, y con el magnífico guión adaptado de Anthony Schaffer, Hitchcock en su penúltima película recobraría nuevamente la admiración tanto del público como de la prensa.

Frenzy arranca como un auténtico torbellino, y en tan solo veinte minutos ya ha dejado en tí un halo de inquietud brutal: Por saber qué rol desempeñará cada personaje, hacia donde se dirigiran y como medrarán cada una de las aflicciones de sus protagonistas y, en especial, qué derrotero tomará esa escabrosa situación presentada tras unos magistrales títulos de crédito, que sólo parecen ser un homenaje a la bulliciosa ciudad londinense, cuando en realidad son mucho más: El preámbulo de lo macabro, de lo infecto, de lo incómodo.

Acto seguido, y tras una trama con sus más y sus menos, Hitchcock desempeña su labor de maestro del cine británico como nunca, no en vano “Frenzy” posee recursos estilísticos de una notabilidad tan elocuente que realzan una de las mejores obras de intriga de este tipo que, por otro lado, tan sobrevalorado fue por andarse por las ramas que por aquí precisamente no se anda, y es que el penúltimo film del inglés va directa al grano sin preguntar a nadie y sin pararse en nada, y es que poco más necesitaría una historia en la que, con dos sencillos golpes de efecto, todo está bien servido y presentado, tan bien servido como sus eficaces y grandiosos golpes de humor (en especial esa escabrosa secuencia en el camión, que resulta tan colosal como brutalmente ridícula y cómica) y tan enormemente presentado como sus impecables secuencias en las que asistimos a su reverso más oscuro y estremecedor.

El tramo final resulta, además, soberbio, no sólo por la combinación de situaciones tan significativas como cómicas que en él se hallan, sino por propiciar momentos de gran brillantez como el del juicio (con esas puertas cerradas a cal y canto que no revelan absolutamente ningún veredicto) o la huida, momentos que encumbran uno de los ejercicios de intriga más colosales que servidor haya podido degustar en mucho tiempo. No sólo no tiene desperdicio sino que, para colmo, resulta imprescindible.