Vamos a ser francos para no dilatar el tiempo del lector: Al otro lado del viento es, sin lugar a dudas, la mejor película “creada” por Netflix y un auténtico milagro cinematográfico. A partir de este momento, el lector tiene la opción de continuar con su rutina, quizá viendo un capítulo en Netflix, porque lo que sigue, probablemente, sólo captará la atención de quienes deseen ahondar en la obra maestra final de Orson Welles.
La crítica
Al otro lado del viento no es un filme convencional. De hecho, trasciende los límites del arte tal como lo concebimos. La última obra de Orson Welles es un monumento cinematográfico que sólo puede ser comprendido parcialmente, como un rompecabezas que desafía cualquier intento de descifrarlo por completo. Es un juego de conjeturas, un enigma a la altura del genio que lo concibió.
Años antes de este proyecto, Welles ya había experimentado con la idea del engaño en su célebre F for Fake, donde exploraba los límites entre la verdad y la falsedad. Este precedente nos advierte: intentar discernir lo auténtico de lo ficticio en Al otro lado del viento es un acto fútil, un juego de azar. Quizá, sin embargo, esa ambigüedad sea el alma del arte mismo, lo que permite que una obra permanezca viva y evolucione con el tiempo. La comparación con La Gioconda no es casual: ambas piezas resisten el paso de los siglos precisamente porque son inabarcables, porque nos invitan a seguir interpretándolas.
Lo que sí es innegable es el inmenso valor cinematográfico de algunos planos de esta película, capaces de eclipsar temporadas enteras de las producciones más populares de plataformas contemporáneas como Netflix. Esto sólo puede significar dos cosas: o Netflix ha tenido una extraordinaria valentía al situar esta obra junto a su catálogo, o es posible que la plataforma, al estar tan inmersa en su tiempo, no alcance a comprender el mensaje profundo que Al otro lado del viento está tratando de comunicar.
Y es que la película habla de tantas cosas, y en niveles tan complejos, que algunas verdades permanecen ocultas incluso para el espectador atento. No obstante, podemos identificar tres temas centrales que merece la pena explorar con detenimiento.
¿Ciudadano Welles?
El primer tema se revela claramente en lo que podríamos llamar la “película principal” dentro del filme (pues Al otro lado del viento contiene, en realidad, dos películas). Esta primera parte, filmada con cámaras de 8mm y 16mm, adopta un estilo fragmentario, con cortes bruscos y una narrativa que desafía el encuadre cinematográfico clásico. Es un formato que recuerda al documental, pero que, en su esencia, es un homenaje a los cineastas del Hollywood clásico: Ford, Hawks, Huston y, por supuesto, el propio Welles.
El personaje de Hannaford, interpretado por John Huston, encarna el prototipo del director consagrado, al igual que Charles Foster Kane en Ciudadano Kane. A través de los testimonios de personajes secundarios, vamos construyendo la imagen de este hombre, rodeado de mitos y leyendas, con su gloria y sus miserias. En esta parte del filme, la estética visual queda relegada a un segundo plano, mientras que el texto y el montaje cobran protagonismo. Aquí, Welles disecciona el ocaso de la era dorada de Hollywood, exponiendo las penurias y vergüenzas de sus creadores y destruyendo el mito del director omnipotente, el “macho alfa” cuya caída se nos presenta como inevitable.
¿Un Welles precursor del movimiento Me Too?
El segundo tema emerge en la “película dentro de la película”, es decir, la obra que el personaje de Hannaford ha rodado y que proyecta ante los invitados de su fiesta. Aquí, el enfoque cambia radicalmente. Rodada en color y en 32mm, esta película carece de diálogos y está construida únicamente a partir de imágenes. En esta obra visualmente poderosa, la figura femenina adquiere una relevancia central.
Oja Kodar, la musa y pareja de Welles en esos años, es la figura simbólica que encarna a Eva, el arquetipo femenino por excelencia. En un metraje que podría considerarse la cúspide del cine erótico, su desnudez se transforma en una declaración visual sobre el despertar del poder femenino. Los encuadres y la composición de las imágenes son de una belleza sublime, y nos muestran el fin del dominio masculino en el cine: la virilidad del hombre queda eclipsada ante la fuerza indomable del cuerpo femenino.
El espectador no puede evitar preguntarse si esta representación de Eva es, en esencia, una crítica al patriarcado o un gesto de arrepentimiento por los males causados. Sea como fuere, Welles parece anticipar lo que más tarde se conocería como el movimiento Me Too, reclamando para la mujer el lugar de poder que históricamente le ha sido negado en la industria cinematográfica.
¿Welles predijo el futuro de Netflix?
El tercer tema central de Al otro lado del viento es la síntesis de los dos anteriores. Welles vislumbra con claridad el final de una era en la que la pureza visual del cine daba paso a una narración mucho más industrializada, donde el ingenio y la creatividad se sacrifican en favor de una imagen vacía y prefabricada.
En la película, la confrontación entre el metraje documental y la película interna de Hannaford expone, con una precisión casi profética, cómo la industria audiovisual ha evolucionado hacia una estandarización que empobrece el lenguaje cinematográfico. Welles utiliza el erotismo, el color, el encuadre y la composición simbólica no sólo para narrar, sino para contrastar con la superficialidad de la primera parte, señalando el camino hacia una industria que, hoy en día, se manifiesta en la hegemonía de plataformas como Netflix.
Así, Welles parece anticipar un futuro en el que la imagen cinematográfica, otrora cargada de significados, se ve reducida a una repetición de fórmulas fáciles y carentes de sustancia, como lo refleja la inmensa mayoría de las producciones audiovisuales actuales.
Conclusión
Concluir algo definitivo sobre Al otro lado del viento es, en sí mismo, un ejercicio fútil. Al igual que la enigmática sonrisa de la Mona Lisa, esta obra queda abierta a infinitas interpretaciones, y su verdadero significado se escabulle entre los dedos del espectador.
Lo que sí parece claro, tras revisar las críticas que ha suscitado, es que Welles no sólo anticipó el ocaso del cine clásico, sino que también previó la decadencia de todo lo que lo rodea: desde el público hasta la crítica misma, que, al igual que el cine, parece incapaz de comprender la magnitud de esta obra maestra que, en su esencia, abarca tanto el cine del pasado como el del futuro.