aleksander newski (1)

En la vasta estepa del cine soviético, donde la propaganda y el arte convivieron en un término a menudo contradictorio, Alexander Nevsky (1938) emerge como un monumento cinematográfico que trasciende su tiempo. Dirigida por el virtuoso Sergei Eisenstein, esta epopeya histórica no solo celebra la victoria del príncipe Alexander Nevsky sobre los caballeros teutónicos en la Batalla del Hielo de 1242, sino que también representa una síntesis única entre la narrativa visual y la poética de la imagen. En este delicado equilibrio, la fotografía de Eduard Tissé juega un papel cardinal, componiendo un lienzo que amalgama lo heroico, lo simbólico y lo profundamente humano.

La colaboración Eisenstein-Tissé: la creación de una ópera visual

La asociación entre Eisenstein y Tissé, que se había consolidado desde El acorazado Potemkin (1925), alcanzó en Alexander Nevsky una cumbre estilística. El film, concebido en un contexto de tensiones internacionales y diseñado para exaltar el espíritu patriótico ruso, encuentra en la fotografía de Tissé un instrumento esencial para amplificar su mensaje. Cada plano, meticulosamente compuesto, se erige como una pintura en movimiento, evocando las tradiciones iconográficas rusas y las texturas del arte medieval.

Tissé, fiel al lenguaje cinematográfico de Eisenstein, trabaja con una paleta de contrastes extremos. La iluminación dramática, inspirada en el claroscuro barroco, realza las facciones de los personajes y dota a las escenas de una atmósfera casi sacra. Las sombras profundas y los encuadres dinámicos contribuyen a una narrativa visual que enfatiza el conflicto entre la luz y la oscuridad, una metáfora recurrente que subraya la lucha entre el bien y el mal.

La Batalla del Hielo: coreografía y simbolismo

La secuencia de la Batalla del Hielo, que constituye el clímax de la película, es una obra maestra de la composición y el montaje. En este pasaje, Tissé captura con su cámara la vastedad del paisaje helado, transformando el lago Chudskoe en un escenario teatral donde los ejércitos se enfrentan en una danza mortal. La textura del hielo, filmada con una precisión que roza lo abstracto, contrasta con el movimiento caótico de los combatientes, creando una tensión visual que mantiene al espectador en vilo.

La decisión de Eisenstein y Tissé de usar teleobjetivos y lentes de gran profundidad de campo permite capturar la acción en múltiples planos, generando una sensación de monumentalidad. Además, los ritmos visuales de la batalla se sincronizan con la partitura de Sergei Prokofiev, en una colaboración interartística que marca un hito en la historia del cine. Tissé filma no solo el movimiento de los ejércitos, sino también los gestos individuales: un soldado que se tambalea, una espada que atraviesa el aire, un caballo que cae al suelo. Estos detalles, capturados con una sensibilidad casi pictórica, enriquecen la narrativa emocional del enfrentamiento.

La figura de Nevsky: un ícono esculpido en luz

El retrato del príncipe Alexander Nevsky, interpretado por Nikolai Cherkasov, es otra de las grandes contribuciones de Tissé al film. Mediante primeros planos cargados de intensidad, el director de fotografía transforma al héroe en una figura icónica, casi mitológica. El rostro de Cherkasov, iluminado desde ángulos que acentúan sus rasgos, se convierte en un símbolo de resistencia y liderazgo. Tissé juega aquí con las texturas de la armadura y la luz reflejada en el metal, dotando al personaje de una presencia física imponente.

La naturaleza como personaje

Legado y trascendencia

Alexander Nevsky no es simplemente una obra de propaganda; es un poema visual que celebra la capacidad del cine para fusionar la narrativa y la estética en un todo indivisible. La fotografía de Eduard Tissé, con su dominio de la luz, el encuadre y la textura, es fundamental para este logro. Junto a Eisenstein, Tissé construye un lenguaje cinematográfico que sigue inspirando a generaciones de cineastas.

En el espejo del celuloide, Alexander Nevsky se erige como un ejemplo supremo de cómo el cine puede ser tanto un arma ideológica como una expresión sublime del arte. En cada plano, la visión de Eisenstein y Tissé resuena como un eco de grandeza, recordándonos que, en manos de maestros, el cine puede ser un acto de creación profunda y eterna.