Antes de nada decir que estamos ante la película del año, el tiempo dirá si solo es un momento puntual del cine o un clásico por el que no pasa el tiempo. Personalmente no se si estoy ante una película de emoción momentánea o ante una de esas obras que nos gusta volver a ver cada pocos años, lo cierto es que no estamos solo ante un recurso visual, ante una película escaparate, estamos ante una obra ambiental como elemento principal, pero ante una historia de esas que nos emociona donde la cámara es por supuesto el actor principal pero donde los actores son capaces de resistir el plano durante minutos sin alterarse y donde el sonido, la música, el montaje y la fotografía nos ayudan a transportarnos a un lugar podríamos decir mágico e infernal.

LLevamos más de 100 años de cine y el lenguaje sigue invariable desde los tiempos de Griffith. Las evoluciones técnicas han hecho cambiar el séptimo arte en muchos aspectos: el sonido hizo que la narrativa cambiase de forma drástica; el color profundizó en nuevas variantes de la faceta visual; los efectos visuales abrieron nuevos géneros y posibilidades de historias y la steadycam hizo que el cine se hiciese dinámico, ahora y tras varios intentos vacios, el dron ha hecho posible que el cine tenga una nueva forma de contar historias que las haga más vivas, cercanas y sobre todo, que sean capaces de entrar en la medula espinal de lo que se quiere contar.

CRÍTICA DE ATENEA BY LUCEN

Hay películas que marcan un antes y un despúes en el cine. El acorazado Potemkin definió el montaje para siempre; La Diligencia dio un nuevo carácter al western y al cine; Ciudadano Kane mostró una nueva forma visual y narrada de entener las historias; La conquista del oeste y el panorámico abrió la imagen; Esta tierra es mi tierra y su steadycam dinamizó el lenguaje y Star Wars lo cambió todo mediante los efectos especiales. Después hay películas que no llevan un aporte técnico totalmente novedose pero si cambian el cine mediante su estilo: Ladrón de bicicletas; Vértigo; Ordet; Los Siete Samuráis; Los 400 golpes; Quien mató a Liberty Valance; Rio Bravo; 2001; El Padrino; Blade Runner o Taxi Driver entre otras muchas son algunos ejemplos de ese antes y después y hoy, venimos con otra película de esas que va a marcar la década, hablamos de ‘Athena’ de Romain Gavras.

El estreno de ‘Atenea’ (Athena) en Netflix ha generado dos corrientes de opinión: unos han disfrutado de la película y otros han olvidado qué es el cine. El cine no es ‘Le monde diplomatique’ y ninguna película de la historia ha gustado a nadie por darle una idea cabal sobre el mundo. Las películas son emociones aceleradas, más intensas que las que encontramos en la vida, y por eso las vemos en lugar de mirar por la ventana a la gente que pasa por la calle.
‘Atenea’ no es cine social y ese es el primer error, creer que hubo alguna vez cine social. Hay cine devorando la vida, buscando temas, tramas, personajes y escenarios. Para el cine es igual un parque de dinosaurios resurrectos que la periferia de la gran ciudad; le vale lo mismo la gente guapa que la fea, el amor y la guerra, la delicadeza y la brutalidad. Todo lo hace espectáculo. Cuando se rueda una película, se rueda un sueño que aún no has tenido. Nadie pagaría por ver sus propios sueños simplotes en la pantalla; nadie perdería 90 minutos de su vida en volver a clases de religión.
Romain Gavras ha decidido hacer cine con lo que su padre hacía tostones. Si leen en alguna crítica de ‘Atenea’ la palabra ‘banlieue’ ya pueden suponer que el crítico no ha visto la película, sino su propio esnobismo correteando por la pantalla. Gavras ha acudido de nuevo a la periferia de la ciudad (tiene varios videoclips en ese entorno), o sea, a los barrios; ha mirado quién vive allí; ha creado una trama trágica con los conflictos comunes de los pobres y los inmigrantes y los desplazados. Ha filmado un espectáculo de violencia y dinamismo. Lógicamente, va a tener mucho éxito.

Crítica de Atenea

La palabra clave en este éxito es plano-secuencia. El plano-secuencia gusta mucho a los directores porque, como recurso, no se desgasta nunca. Consiste en rodar en un solo plano una serie de escenas que naturalmente irían parceladas. Incluso puedes rodar toda la película en un solo plano (‘Victoria’, ‘1917’, ‘La soga’, ‘El arca rusa’). Cuando parecía que el plano-secuencia era un lugar común, Romain Gavras se inventa el plano-secuencia imposible. ‘Atenea’ es una sucesión de planos-secuencia, siendo el que abre la película el más espectacular. Tienen ustedes que echarle un ojo, porque nunca habrán visto nada parecido. La gran dificultad del plano-secuencia es que todo el mundo tiene que hacerlo bien durante largos minutos de filmación. La cámara se mueve, dobla una esquina, avanza, y los actores han de estar en su sitio, hacer su papel, y quizás haya explosiones, coches volcados, gritos. Todo ello tiene que coincidir felizmente con lo programado. Basta que uno tropiece, que otra diga mal su frase, que el coche no arranque, para que haya que empezar de nuevo. Pero el plano secuencia es solo un recurso que puede usarse mal o bien, como todo en la vida y hasta ahora, el plano secuencia estaba limitido por el propio funcionamiento de una cámara de cine. Eso ha cambiado con la llegada primero y hace años de las steadycam, pequeñas cámaras mucho más manejables y ahora por la llegada del dron, capaz de ser manejado por un operador de forma libre capaz de meter la cámara por el ojo de una aguja en plena persecución. Pues bien el dron y las nuevas cámaras, ya han sido utilizadas muchas veces tanto en el cine norteaméricano por gente como Michael Bay, como en otro lugares sin ir más lejos hace poco vimos un festival de plano secuencia llamado ‘Carter’ proveniente del cine coreano, el problema es que hasta ahora esta nueva posibilidad técnica no había sido utilizada únicamente como recurso narrativo y visual que ayudase a mejorar la historia si no como un mero vacileo auidiovisual como en los citados casos de Michael Bay o ‘Carter’. Ahora, Romain Gavras. usa el plano secuencia como un elemento mágico que transforma el cine para hacerno sentir emociones que hasta ahora nos eran negadas y además lo hace desde la cinefilia más pura, ya que aunque el filme es un drama social y marginal que nos habla de un sector de Francia, su director se apoya en los grandes clásicos de la serie B o el blockbuster para hacer que su película y por tanto su cine sea puro placer para la nueva generación. En Athena vemos al Carpenter de ‘1997: rescate en Nueva York’; vemos a Ridley Scott en Blade Runner o John Milius en Conan; vemos cine de zombies surtido y mucho género para acompañar una historia denuncia que repetimos es más cosciente de su cine que se denuncia.

Por lucenpop

Autor y director de las webs: Videoclub CinematteFlix, Lucenpop y Passionatte