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En las profundidades del séptimo arte, algunos autores logran trascender el tiempo, no por la exuberancia de sus tramas ni por la innovación tecnológica que pueda sostener sus imágenes, sino por la pureza conceptual y la abstracción con la que moldean su mundo fílmico. Jean-Pierre Melville es, sin duda, uno de esos cineastas, y si bien su nombre resuena con fuerza entre los gigantes del cine noir, su filmografía es un enigma que se desvela en capas de silencios, colores y formas que construyen un lenguaje cinematográfico único. En este sentido, podemos afirmar que «Crónica Negra» no solo clausura el ciclo iniciado por «El Silencio de un Hombre», sino que lo hace en un tono tan etéreo como rotundo, donde la monocromía se diluye para dar paso a un azul pastel que inunda cada plano, cada gesto, cada vacío.

Lejos del reconocimiento popular que alcanzó su obra maestra, esta película se erige como una obra mayor. Es en su apertura, en la secuencia del robo al banco, donde el silencio se convierte en una partitura visual que, junto a la meticulosa dirección de arte y el cromatismo cuidadosamente elegido, establece un pacto entre el cine y el espectador: no estamos ante una reproducción fiel de la realidad, sino ante la creación de un nuevo universo, uno donde el realismo queda suspendido y se abre paso la estética pura, como si de un lienzo impresionista se tratase, recordando la magia visual de un Renoir. Es este dominio de la abstracción lo que otorga al filme su capacidad de crear un ecosistema propio, un mundo cerrado en el que todo es, en última instancia, cine en su estado más depurado.

En «Crónica Negra», Melville no parece ya interesado en las sutilezas de la intriga o el desarrollo psicológico de sus personajes. La narración fluye entre vacíos, elipsis y sobreentendidos, revelando a un director que ha destilado su arte hasta lo esencial: la peripecia pura, la ambigüedad como motor narrativo. Sus gángsteres no son ya criaturas de carne y hueso, sino engranajes de un sistema implacable que se mueve por obsesión, precisión y una meticulosa rutina. Así, la acción se convierte en un antídoto contra la desesperación y la inactividad, una forma de esquivar el abismo existencial. De nuevo, la sombra de la muerte se cierne sobre todos los personajes, cerrando el círculo fatídico del que nadie, en el universo melvilliano, puede escapar.

Y si bien hay momentos en que la economía de medios del cineasta se hace más que evidente —como en la secuencia del tren, donde las maquetas revelan las limitaciones técnicas— sería un error juzgar la película bajo esos parámetros. La grandeza de esta obra no reside en los detalles técnicos, sino en la inteligencia emocional y estética con la que Melville orquesta un mundo que es, en última instancia, una reflexión sobre el cine mismo. Reducir su valor a estas limitaciones sería no solo injusto para la película, sino también para la mirada exigente de cualquier espectador que sepa apreciar lo esencial en una obra que, como pocas, sabe construir su propio cosmos.

Obras maestras by Lucen | CRÓNICA NEGRA (1972)

Si el verde palido de ‘El Silencio de un hombre’ abre el ciclo noir de Melville en palabras mayores, podemos decir que ‘Crónica Negra’ lo cierra esta vez a todo color, o más bien a color azul pastel.Y es que aunque este filme no tiene el mismo reconocimiento que su citada obra maestra, sólo hay que ver la secuencia inicial (el robo al banco), para darse uno cuenta de que está ante una obra mayor que bien puede ser considerada como eso, como obra maestra.

El silencio que domina el opening del filme junto al color, el sonido y la dirección de arte, hacen que la secuencia se convierta en uno de esos prodigios fílmicos que como un cuadro de Renoir poseen una estética y magia especial que lo alejan de lo natural para crear su propio mundo y ecosistema. Una secuencia que no refleja el mundo real sino el mundo visto a través del cine.La película supone una absoluta voluntad de abstracción porque, ante todo, representa la simplificación a la esencia de los tradicionales procedimientos estilísticos y retóricos de Melville. En este film crepuscular a su autor ya ni siquiera le interesa la intriga, que soluciona mediante elipsis y sobreentendidos, sino, únicamente, la peripecia y la ambigüedad en estado puro.

Todo se da ya por supuesto: la acción transita por los vacíos del relato, y la psicología y las relaciones de los personajes tampoco le preocupan al director, ya que son casi inexistentes. Los gángsteres que aquí aparecen delatan, a través de las constantes elipsis, la maniática minuciosidad con que organizan todas sus acciones; un método obsesivo para eludir el vacío y la desesperación y, en última instancia, para evitar la inactividad que conduciría a la nada. De nuevo, aparece la obsesión de Melville por la muerte; pero el círculo fatal, que reúne alrededor de esta tragedia a todos sus personajes, como siempre, se cierra una vez más y ya nadie puede escapar de él.Decir para finalizar que a la gente joven le chocará la secuencia del tren donde las maquetas usadas podríamos decir que chirrían en demasía, pero, quitar valor al resto de la obra por esta limitación técnica y de presupuesto, no creo que sea justa ni para la película ni para la inteligencia del espectador.

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