Puntuación: *****
Visual: *****
Narrativa: *****

Tras el homenaje anterior de la crítica de Melancolía, ahora seguimos con el día de la tierra más concretamente con una retro crítica de El árbol de la vida, según el profeta Terrence Malick.

EL ÁRBOL DE LA VIDA
La teoría del Big Bang según Malick…


Terrence Malick es uno de esos autores que, puedes amar u odiar, pero que jamás te puede dejar indiferente. Poco prolífico, pues cada película en la que se empeña llevar a la gran pantalla se la toma con la más absoluta calma en su proceso de creación, el film que tenemos entre manos es su quinta obra en cuarenta años como director y/o guionista, y cada vez que realiza algo es, probablemente, una fiesta para el cine. Una fiesta porque es uno de esos hombres que le importa bien poco la estructura narrativa, que se pasa por el forro ciertos cánones o imposiciones y porque, en definitiva, hace lo que realmente le da la gana y le inspira en ese momento pero, sin embargo, todo lo que toca lo convierte en puro lirismo audiovisual, envidiable como pocos e incomprendido por la inmensa mayoría. Es así como su estilo, dónde siembra más preguntas y hechos que dedicarse a cerrar tramas en sus trabajos, dejando así al espectador pensativo y abierto a todo tipo de posibilidades y teorías, se ha hecho un hueco entre los grandes, pese al odio y la tirria que le tiene un sector mayoritario del público, no así la crítica especializada.
¿Dónde estabas cuando yo fundaba la Tierra? ¿Cuando alababan todas las estrellas del alba y se regocijaban todos los hijos de Dios? Con esta sencilla cita del relato bíblico de Job, perteneciente al Antiguo Testamento, empieza una historia que va más allá de lo que ya muchos tildan como mero panfleto judeocristiano sin tener en cuenta qué quiere transmitir el cineasta con ello. El argumento empieza con una familia norteamericana propia de los años cincuenta, que vive en una de esas típicas y aparentemente felices urbanizaciones que asiste, desafortunadamente, a la muerte de uno de sus hijos, hecho que nos transporta inmediatamente al presente, con uno de ellos, Jack, que camina entre elevadas torres y edificios acristalados, como estructuras frías, carentes de toda vida, preguntándose el sentido de todo esto, quién es, qué hizo, por qué su padre se comportaba de la forma en que lo hacía, cómo ha llegado a esto, cuál ha sido el papel del hombre a lo largo de su corta e intensa vida, qué hay más allá de esta vida, y por qué le ha tocado vivir lo que le ha tocado vivir. Así es como se inicia un largo recorrido para nuestro protagonista, colmado de recuerdos y sensaciones que aplacarán, lo que podríamos denominar de forma coloquial, una jodida crisis de fe. ¿A quién no le ha pasado alguna vez?

De esta forma, y volviendo a mencionar a Job, cuyo relato se basaba en una apuesta entre Dios y el Diablo por ver si Job era capaz de perder la fe en el Señor, cuyas referencias podemos observar en el mito faústico que siglos más tarde serviría para las obras literarias de Marlowe o Goethe y que ha valido como base para cientos de películas (entre ellas, La red social, por mencionar un estreno actual) no es más que un pretexto para hablarnos de nuestra sociedad y el mundo que estamos creando, cuál es nuestro pasado, y si somos capaces de tener memoria, aprender de nuestros errores y asumir nuestro destino, sea cual sea. Una visión de la realidad que bebe más de una fuente filósofica existencialista en su desarrollo que, propiamente, teológica como puede aparentar, y como muchos se empeñan en promulgar y dilapidar.

Terrence Malick propone esta vez, y casi de forma quirúrgica, con una presuntuosa y típica voz en off, un film que tiene como eje principal las sensaciones, todo aquello que podemos palpar, tocar, oír y que nos transporta a un estado anímico según el momento, esto es, alegría, tristeza, violencia, ira…todo acto que nos hace humanos, rodado casi de forma documentalista, experimental, el desarrollo es una concatenación de momentos y recuerdos sin aparente conexión, y digo aparente porque entrelíneas existe, asemejándose en su desarrollo a la trilogía documental Qatsi (Godfrey Reggio), y siendo el lado oscuro de Kubrick y su 2001: Odisea en el espacio (pues aunque éste pretendía trascender más allá de la carne, tomando como base a Nietzsche, Malick nos sumerge en nuestro propio universo interior para entender quiénes somos), no escatimando en medios técnicos, y convirtiéndose, sin duda, en otra proeza compositiva sin igual, muchísimos primeros planos y detalles abundan en este confín de movimientos de cámara imposibles junto a un uso del sonido arriesgado, casi intuitivo que nos imbuye en ese mundo onírico y casi lisérgico, que da vida a las imágenes, y traspasa en todos los sentidos nuestra piel, en perfecta sincronía con una excelente música de Alexander Desplat que cala en lo más hondo de nuestros corazones, así como piezas de los grandes Brahms o Bach.

Un excelente Brad Pitt, una hipnótica y alegre Jessica Chastain o un desaprovechado Sean Penn completan un reparto que no hace más que acompañar al verdadero protagonista, el joven actor Hunter Mc Cracken que con más de una mirada sabe expresarnos qué siente o qué piensa en todo momento. Así, el director sustenta el relato en todos aquellos pequeños detalles que se nos escapan de las manos, y que tienen vida propia, un vasto microcosmos del que no somos conscientes que nos rodea a todas horas y en todo momento, por eso, y para dar a entender de lo que estamos hechos, el autor da su propia visión del comienzo del universo y de la misma vida, nada lejos de las teorías científicas, sin recurrir a teologismos baratos, preguntándose más que respondiendo, como todo buen agnóstico que ni niega ni cree en que hay algo más allá del espacio, del tiempo y de lo físico.
Malick construye así, todo un canto a la vida y una oda a la fertilidad de las cosas, con el uso recurrente del agua y el resto de elementos como el aire, la tierra y el fuego, fuente de toda creación en nuestro rico y maravilloso planeta, pero también refleja una sociedad que nos falta en nuestros días, la unión de la familia, el respeto o el perdón, es otro de los temas que acoge este film intimista donde padre e hijo intentan entenderse y reconciliarse, porque también es una pregunta que se desgrana de este poema visual: la herencia de valores que dejamos a los que nos suceden, ¿estamos siendo egoístas o simplemente los tiempos cambian? De esto último también podríamos hablar, el director incide en un mundo en el que no hay pie a una infancia que dé rienda suelta a la experimentación de emociones, una infancia perdida a causa del avasallamiento tecnológico, que ha conllevado a una total falta de valores en una sociedad que llamamos de bienestar, de este modo se convierte la cinta en toda una historia sobre la búsqueda de nuestra propia identidad, aquello que nos hace únicos.
No obstante, en este círculo inabarcable que es la vida según Malick, el desarrollo del film no está exento de ciertas fallas, como por ejemplo el poco peso que se le da a la parte interpretada por Sean Penn, y que, seguramente como en otros trabajos del director, haya sido obligado a recortar gran parte del metraje en la sala de montaje, como también puede cansar el uso continuado de la dichosa voz en off y la horrible y cuestionable sensación de si algo ocurre en la película. Otro aspecto es que muchísima gente irá empujado a la sala por el mero hecho de aparecer en la cabeza del cartel a dos actores consagrados como Sean Penn y Brad Pitt, y se encuentren con todo lo contrario, es decir, una película que no es A todo gas, y que puede llegar a hacerse monótona. Como último apunte, sólo decir que no es una película apta para todos los paladares, que puede caer fácilmente en un aire de falsa trascendencia y anodina pretenciosidad al querer abarcar demasiado, pero que a mi parecer, es necesaria en los tiempos convulsos que vivimos, donde no apreciamos nada de lo que nos rodea, ni siquiera a las mismas personas.
Es una lástima que pase incomprendida, ¿pero qué maldita obra de arte no lo es?