Cuando uno intenta buscar las líneas o caminos que definen el trabajo de Miyazaki, la cosa se complica al ser un autor tan sumamente abstracto que te hace dudar si lo encontrado es real o fruto de tu imaginación pero, tampoco hay que tener miedo a la hora de buscar esas líneas o caminos.

Y en mi opinión, creo que los trabajos de Miyazaki siempre deambulan en base al entorno o recipiente que narra un viaje iniciático a través del cielo. El recipiente son sin duda los mundos o entornos tan detallados que crea el autor (dónde destaca la naturaleza y la mezcla de culturas). Tanto las islas de Porco Rosso, como la ciudad de Nicky o El Castillo de Howl, son el mecanismo clave por el que debe iniciar el viaje cualquiera de los personajes. Estos mundos están formado por el entorno ya sea aire, mar, tierra, una ciudad o un castillo entre otros, y por sus elementos móviles ya sean árboles, hierba, nubes, espantapájaros animados o simples bolas negras con pelo.

Después vendría el viaje iniciático del personaje principal, el cual define la estructura de la narración pero siempre fuera de los cánones habituales de 3 actos estando mucho más cerca de la estructura creada por Howard Hawks para Hatari! donde los actos desaparecen y el objetivo final o “villano” de la historia está ausente o simplemente es secundario. Lo relevante no es el desenlace sino la travesía.

Ahora llegamos al apartado “a través del cielo”, lo cual es sin duda la firma más clara de Miyazaki al ser este un amante empedernido del cielo y la aviación (su propio padre creaba aviones) como demuestra por ejemplo el origen del nombre del Ghibli y la presencia fundamental del viaje aéreo en todas sus obras.
Finalmente hay que decir que las 3 líneas en las que se basan las películas Miyazaki tienen en común el ahorro de lo visual. El director no gesta una animación compleja, ni una historia compleja ni un dibujo complejo. Sus películas animan lo que debe ser animado de la forma más eficiente posible. Sus mundos casi nunca llegan a estar abarrotados apostando más por la sencillez de líneas que por el exceso (sólo hay que fijarse en sus personajes o en la misma película de Ponyo que lleva el estilo minimalista del autor a la máxima expresión). Tampoco sus historias intentan ser excesivas, retorcidas o complejas al menos en su estrato principal. Lo curioso y lo que  elogia todo lo dicho, es que la sensación que tenemos al ver una película Ghibli es de complejidad en cada uno de sus apartados.

Una vez explicado esto es cuando regresamos al título del artículo, para ver qué la obra más aclamada de Miyazaki, ‘El Viaje de Chihiro’, no cumple con los requisitos habituales de su autor en muchos de sus apartados siendo la obra más barroca y menos pura pero la más aclamada. Esto nos hace pensar que Chihiro fue una producción donde Miyazaki cedió el control absoluto del proyecto a cambio de recibir una inyección económica y una exportación del estudio que le consiguió darse a conocer al mundo dentro de los terrenos mainstream. En ‘El Viaje de Chihiro’ el diseño visual se acerca en algunos aspectos a la animación americana (Disney). La temática habitual desaparece y todo se vuelve más complejo llegando incluso en algunos momentos a ver elementos propios de Miyazaki que parecen antinaturales (es decir parecen que están ahí más de forma impuesta que de forma natural). Tampoco es casualidad que esta película se exportara al mundo como ninguna otra obra de Ghibli, ganase miles de premios y hasta el propio Oscar de Hollywood (las casualidades no existen dentro del mundo del dinero).
Por eso para Cinematte Flix aún siendo una obra imprescindible, El Viaje de Chihiro nos parece peor o menos perfecta que películas como Porco Rosso, La Princesa Mononoke, Mi Vecino Totoro, El Castillo Ambulante (aún siendo una adaptación de un cuento) o Ponyo en el acantilado.