Netflix como toda tecnológica prefiere recurrir a lo binario que a lo humano y de ahí que su sistema de producción, dependa de un algoritmo tan secreto como la fórmula de la Coca Cola que le dice que productos deben funcionar y por tanto así financiar.

Este sistema tan fiable para los señores encorbatados que cambian sus fortunas por acciones de la compañía les parece genial y lo más fiable para poder seguir dando caviar y gamba roja a sus pomeranias pero, para los que un día amamos el cine, este sistema robótico donde una puñetera I.A. dice como se debe filmar una obra nos parece una mierda supina y un crimen hacia nuestra pasión.

Hoy por fortuna es un día de esperanza para el cine al conocerse que los subscriptores de Netflix están cayendo en barrena, lo que confirma que todavía hay algo de cordura en este mundo de tendencias y modas al ver como algunos iluminados empiezan a darse cuenta que el entretenimiento audiovisual no se trata de cantidad, códigos y ceros sino de humanidad, que al fin y al cabo es lo que debe ser una obra de arte sea película o cuadro, es decir, un trocito del alma de unas personas de esas que estaban formadas por células y sangre.