Discutir sobre la realidad del toque Lubitsch es algo inútil: discutir sobre si esta obra es su mayor obra quizás sea algo más lógico. Definir con exactitud que es el toque Lubitsch está al alcance de pocos y nosotros no somos uno de ellos, pero, lo que si tenemos claro es que ‘Ser o no ser’ es una comedia distinta a todo lo visto, primero por ser una comedia que posee el mayor alegato crítico a la segunda guerra mundial de los realizados y producidos en periodo de guerra y segundo que ese alegato nunca llega a ser un panfleto político que lo situaría más cerca del bando criticado que del heróico.

‘Ser o no ser’ al contario de otras comedias de los 30s y 40s, posee una inteligencia y originalidad en su guión pocas veces visto y una sutileza en sus situaciones con lo trasportan del drama a la comedia sin que uno llegue a darse cuenta y es que, decir que esta película es una comedia pura, es una falacia y por supuesto decir que es un drama también. De ahí que simplemente estamos ante una dramedia de Lubitsch que posee un toque y un estilo especial.

El comienzo de la película es magistral, “Hitler” invade, esta vez pacíficamente, las calles de Varsovia. La razón nos la mostrará con un ajustado flashback en el que por primera vez jugará con la simbiosis que se produce entre el teatro y la vida (parece que estamos en un cuartel de la Gestapo, cuando en realidad estamos sobre un escenario de teatro), este canibalismo entre una y otra representación estará presente a lo largo de toda la película pero presentado de un modo refinado como sólo un creador de la comedia como Lubitsch podía hacer.
Su genialidad se muestra en el alcance que da a las secuencias. Cualquier creador actual o de épocas pasadas, seguramente desarrollaría la secuencia hasta el clímax que marca un gag inolvidable (si es que existiesen méritos para acercarse al maestro); pero Lubitsch va más allá. Cuando uno cree que la comicidad de la situación ya está más que agotada, un nuevo, y sorprendente, giro da nuevos bríos a la historia. Un ejemplo de esto, sería cuando Joseph Tura va al cuartel de la Gestapo fingiendo que es el profesor espía y lo encierran en una habitación con el cadáver del profesor (una “tortura para intelectuales”, como expresa el Comandante “Campo de Concentración” Ehrhardt, magníficamente interpretado por Sig Ruman). Esta “tortura” ocupará los siguientes diez minutos de película yendo al “más difícil todavía” propio de una genialidad tan sorprendente como la de Lubitsch.

El genial director hizo grandes obras maestras pero quizás sea esta la más particular y sorprendente a día de hoy. Cuando hablamos de inteligencia fílmica hay que recurrir a Lubitsch que quizás no sea el más técnico, arriesgado, innovador, emotivo o prfundo de los grandes creadores del cine clásico pero, sin duda es el más inteligente. El final de la obra nos deja la muestra de como una película puede sorprender en cada uno de los minutos de su metraje.