Desde comienzos de los años diez se fueron fundando las más importantes empresas de cine estadounidenses como la Universal Pictures, Fox Film Corporation, después conocida por 20th Century Fox-, United Artists, Warner Bros., Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Columbia, Paramount, RKO, que irían sufriendo diversas modificaciones en su estructura de gestión al fusionarse con otras empresas dedicadas a la exhibición y la distribución.
La consolidación de estas firmas permitieron que la década de los años treinta se definiera como la “Edad de oro” de los grandes Estudios cinematográficos estadounidenses (y del mundo). El motivo no es sólo la producción continuada que se realiza en cada uno de ellos, sino el desarrollo de las más diversas líneas temáticas que dieron lugar una política de géneros más definida.Durante la llamada «edad de oro de Hollywood», son los términos utilizados en la historia del cine, que designa a la vez un estilo visual y de sonido para películas y un modo de producción utilizado en la industria cinematográfica de Estados Unidos de América aproximadamente entre 1910 y 1960.Sin embargo rodar películas todavía era un negocio y las productoras hacían dinero operando bajo el llamado sistema de estudio. Los principales estudios tenían a miles de personas en nómina, actores, productores, directores, escritores, especialistas, mecánicos y técnicos. También poseían cientos de teatros en ciudades y pueblos repartidos por todo el país- teatros que proyectaban sus películas y que siempre necesitaban material fresco.

UN PODER EXCESIVO
El poder de los estudios se forjó en el mismo momento en que el cine mudo pasó de cortometrajes más o menos baratos al formato de los largometrajes con una mayor parafernalia detrás. Superestrellas como Charles Chaplin habían gozado de independencia creativa y se habían forjado un nombre mediante los cortos, pero aquella era una situación que no podía perdurar. Conforme avanzaba la década de 1910, los actores y directores empezaron a ser considerados herramientas por los ejecutivos. Algunos se rebelaron, aunque no todos consiguieron liberarse del yugo. El mejor ejemplo se produjo en 1919, cuando unieron fuerzas cuatro de las mayores estrellas del cine de su tiempo: nada menos que el director D. W. Griffith, la pareja formada por Mary Pickford y Douglas Fairbanks, y Chaplin, amigo de estos. Crearon United Artists, un híbrido entre estudio y distribuidora cuyo propósito era ayudar a los artistas a tener mayor poder de decisión, pero para que el invento funcionase se requirió de las más influyentes superestrellas del momento, que aun así no lo tuvieron nada fácil y antes de 1948 nunca pasaron del papel de segundones. Otros muchos actores y directores no saldrían nunca de la disciplina del studio system, sobre todo cuando los estudios aprendieron que lo mejor para apagar la rebelión era facilitar que sus estrellas llevasen una vida privilegiada con dinero, caprichos, fiestas, sexo y una aureola de iconos de la que no gozaba nadie más en el planeta.

Ese poder de los estudios no dejó de crecer durante los años veinte, hasta que se estableció un oligopolio que amenazaba con ahogar a todos los demás agentes de la industria. El mejor ejemplo de lo que sucedía era el circuito de cines de Detroit. A principios de los años veinte casi todas las salas de cine de la ciudad pertenecían a pequeños y medianos exhibidores, asociados en una cooperativa llamada Booking Office, con la que intentaban defender sus intereses frente a la creciente presión de los estudios para imponer condiciones de distribución cada vez más duras. Cooperativas similares surgieron en muchas ciudades del país, con el principal objetivo de erradicar la práctica del block booking, que podríamos traducir como «reserva en bloque» y que era una especie de chantaje comercial al que los grandes estudios sometían a los exhibidores. Funcionaba así: si usted tenía una sala de cine y quería atraer al público proyectando alguna buena película de un gran estudio, debía adquirir también una película mala del mismo estudio y proyectarla en doble sesión. Le gustase o no. Al principio, el block booking consistía en estas sesiones dobles, pero cuando los grandes estudios aumentaron su influencia empezaron a imponer la venta anticipada de paquetes anuales que las salas compraban, incluyendo abundantes cantidades de morralla de baja calidad que tanto exhibidores como público debían tragarse. Pues bien, cuando empezaron a proliferar estas cooperativas, la respuesta de los grandes estudios fue tajante. Empezaron a comprar las salas de cine para que ya nadie les discutiese lo que se debía o no proyectar. En Detroit casi todos los cines de la ciudad fueron comprados por el fundador de Paramount Pictures, Adolph Zukor, quien los agrupó bajo el engañoso nombre de United Detroit Theatres (un nombre que sonaba a asociación, pero que apenas ocultaba el siniestro hecho de que se estaba edificando un monopolio). El poder de Zukor sobre el negocio de la exhibición en la ciudad se volvió casi absoluto. Es verdad que hubo salas que no consiguió comprar, las cuales formaron una nueva cooperativa para intentar hacer frente al vendaval. Pero seguían necesitando las películas de los estudios para continuar abiertas y atraer espectadores, así que incluso estos últimos rebeldes terminaron rindiéndose a mediados de los años treinta, cuando firmaron un acuerdo que, en esencia, también subyugaba a las salas independientes a los deseos de Zukor. De esta manera, Paramount ejercía un monopolio regional de facto y Zukor se ganó el sonoro sobrenombre de «el Napoleón de las películas». En todo el país se producían casos similares y varios grandes estudios se repartían la tarta de los locales de proyección en las grandes ciudades. El oligopolio terminó estrangulando al circuito de salas e impidiendo una competencia efectiva. Ahora bien, ¿qué consecuencias tenía esto sobre el cine que veía la gente?
Conforme crecía el poder de los estudios, las salas de cine dejaron de discutir los contenidos, porque estaban obligadas a cualquier cosa. Y claro, esta ausencia de poder de decisión en los compradores afectaba considerablemente a la calidad de las películas. Hoy solamente recordamos las obras más brillantes de aquellos tiempos —que las hubo y muchas, sí, porque Hollywood concentraba casi todo el talento creativo del cine mundial—, pero también se producía mucha basura de muy baja calidad. 

En aquel Hollywood feroz había también estudios medianos y pequeños, así como productores independientes. Los estudios medianos como Columbia, Universal o United Artists intentaban hacerle la guerra a los grandes, pero se veían cada vez más arrinconados porque no tenían tanto dinero como para entrar en la guerra de compra de salas. 
Lo más curioso del studio system es que su existencia como oligopolio, que duró décadas, era básicamente ilegal. Los grandes se estructuraban como «corporaciones verticales», es decir, empresas que dominaban toda la cadena de producción de su sector, cosa prohibida por la ley. El cómo pudieron mantener durante tanto tiempo semejante estructura se debió a una combinación de confusión legal, desidia de algunos poderes políticos y circunstancias fortuitas que inhibieron la acción de diferentes Gobiernos. 

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