Como todos sabemos, vivimos en una época donde la tendencia y la viralidad es la causa del fracaso o el éxito, aunque como también sabemos, el éxito actual suele ser fugaz.

Si alguien está en la franja de edad de los 40, sabrá perfectamente como funcionaba su adolescencia en términos de moda. Como todo joven y como en la actualidad, siempre había una tendencia a la hora de vestir o peinarse solo que en aquellos años la tendencia era natural o variada. Los jóvenes podían vestirse o peinarse como un mod, como un heavy, un pijo, un rocker, un punk. Llevaba Levis 501, Closed, Forage, unas Martins, pelo de cepillo a lo Schwarzenneger en Depredador o largo a lo Bon Jovi, tupé como Rick Ashley o se hacía mechas rubias y se ponía pendiente como George Michael.

Hoy día un adolescente lleva el pelo rapado por los lados y una especia de tupé rizado con pantalones ajustados en los tobillos y pare usted de contar.

Pues bien, esa fuerza en la tendencia única hace que las cosas que se ponen de moda entren con una virulencia descomunal todo gracias a las tecnológicas.

Estas tienen el secreto del éxito, fuertes campañas de gran inversión en redes sociales y YouTube y ya tienes al público comiendo de tu mano aunque eso sí, por tiempo muy limitado.

Netflix apostó por esta fórmula siendo una empresa abonada a la tecnología y a la gran inversión bursatil. Un lugar donde los que mueven el dinero se frotaban las manos para ver cuánto podían ganar. El problema es que no había cine en el corazón de todos estos inversores. Desde los años 30s el cine ha sido un negocio gestado sobre todo por los productores y sus inversores (en muchos años incluso la Mafia). El tema es que estos productores eran hombres de cine. Warner, Goldwyn, Broston, DeLaurentis, Zelnick, Zanuck, Bruckheimer, Silver, etc… eran grandes magnates amantes y conocedores del séptimo arte. Creaban para ganar, pero también para crear.

En cambio Netflix no tiene un nombre que pueda igualarse a cualquier de los grandes productores de la historia del cine. Netflix tiene JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados) en su gabinete de decisiones, es decir gente que sabe como llegar rápido al público pero sin darse cuenta que el cine es algo mucho más profundo que una simple tendencia.

De este modo Netflix ha sabido crecer de forma muy rápida pero, lamentablemente o afortunadamente, no va a conseguir ganar la carrera de fondo puesto que no hay sustancia en su propuesta. Puedes pegar un pelotazo con ‘Elite’, ‘El Juego del Calamar’ o ‘Bridgerton’, pero, no deja de ser una simple moda con recorrido limitado. Puedes crear esa tendencia a base de redes sociales, pero, no puedes conseguir que nada de eso se convierta en clásico de forma natural.

La fama de Star Wars se creó gracias al apoyo del público, al igual que la leyenda de Hitchcock o el éxito de ‘Lo que el viento se llevó’. John Ford, Woody Allen, Spielberg o Billy Wilder son lo que son gracias a la calidad sobresaliente de su obra pero, ni Élite, ni El Juego del Calamar, ni cualquier comedia adolescente de Netflix, será nunca leyenda por mucho que sea tendencia.

Al final, el tupé rizado y el chándal de los adolescentes dejará de existir como le pasará a Netflix como no se de cuenta que necesita cine en su infraestructura. Y cuando digo cine no me refiero a contratar a Cuaron o a Scorsese de forma puntual. Me refiero a que la base de su propuesta empezando por la forma de rodar (que no todo parezca filmado con un iPhone) debe ser entendida desde lo más profundo del significado CINE.