Puntuación: ****

Hoy es el día de la tierra y como homenaje al mismo hemos decidido revisitar una obra vinculada a nuestro planeta y a nuestra forma existencia. De este modo, un planeta errante amenaza con estrellarse en la Tierra, mientras tanto Justine y Claire asisten a la destrucción total de sus familias…

MELANCOLÍA
El fin de los tiempos según el profeta danés


Justine celebra su boda. Su hermana Claire mantiene una idílica familia. Ambas asistirán a la destrucción de sus sueños. La primera, arrastrada por su propia familia en la celebración del día más importante de su vida. La segunda verá cómo todo aquello por lo que ha luchado a lo largo de su vida se interrumpirá con el inminente choque contra la Tierra de un planeta errante llamado ‘’Melancolía’’.

Cualquiera podría opinar, tras leer la sinopsis, que estamos ante otra película catastrofista de dimensiones épicas, ya sea El coloso en llamas (1974), Armageddon (1998) o Deep Impact (1998), entre otras muchas, donde generalmente el conflicto externo mueve el interno. Sin embargo, aquí sucede al contrario, y lo apocalíptico es un mero pretexto del que se sirve el polémico director, guionista y creador del movimiento \’\’Dogma 95\’\’, Lars Von Trier, para declararnos una actitud pesimista y nada constructiva acerca de las relaciones familiares, los lazos de unión entre distintos congéneres y en general, explicarnos cuán cabrón y malvado es el ser humano, es decir, que no se merece vivir, y para ello recurre a una especie de justicia divina en forma de planeta que expresa la depresión que dicho autor lleva en sí. Si Terrence Malick en El árbol de la vida (2011) deconstruía todo lo que era el ser desde el principio de los tiempos, aquí, con Von Trier observaremos lo contrario, la destrucción del mismo, la cuestión es: ¿con qué visión de la vida nos quedamos?
Un melancólico danés masturbándose en la oscuridad ante las imágenes de la industria del cine. Melancólico. Eso es esta obra, traspasar al espectador un estado hipnótico de desidia de forma paulatina y prolongada durante las dos horas que dura el metraje de la película. Y lo consigue, pero no por el conflicto externo, el planeta que choca, sino gracias a la construcción de unos personajes memorables, complejos, con sus claroscuros en la psique, más que maquiavélica, y manteniéndonos, en parte, al uso de la cámara en mano, dentro del pensamiento y las expresiones de las dos protagonistas en las que se divide el relato, con una primera hora inquietantemente fabulosa, donde una idílica felicidad (una boda) acaba en el más horrible de los desastres, sumergiéndonos con Justine, al desamparo que una familia u otra produce, tanto de ella como la del novio, los cuales no son más que una amalgama de acomplejados y frustrados que reflejan sus emociones en los demás. En este sentido, Lars Von Trier, siempre experimental, logra con éxito su objetivo, nos relega los sentimientos de lo sucedido en pantalla, nos coge de la mano y como masoquistas, nos va dando pequeños puñetazos en el estómago hasta la gran patada final en nuestro trasero, dejándonos en completa soledad, como Justine, interpretada por una extravagante y sensual Kirsten Dunst. Y con su segunda hora, después de habernos dejado en una llanura desértica y gris, y con un final en el horizonte nada hermoso, nos mete de lleno en la historia de Claire, interpretada por la sensible Charlotte Gainsbourg, y es probablemente donde la cinta pegue un bajón en ritmo hasta límites insospechados, empañando el resultado de su brillante primera hora, pero aún con esta falla, el golpe final es inevitable, y el mensaje, más que claro: no somos más que el reflejo de los demás, y en este caso, de nuestros padres.

The Earth is evil. Lo cierto es que la película que tenemos entre manos es de lo poco que me ha podido gustar del cine de este director, y salvo Bailar en la oscuridad (2000), siempre se me ha antojado como uno de esos cineastas que si bien son muy buenos, ya sean sus propuestas, pajas mentales y sus fetichismos hacia autores de otra época, así como sus ganas de llamar la atención y crear una legión minoritaria de entendidillos, me entran náuseas y pocas ganas de hablar de ello, y sobretodo, ver su cine. Esta película tiene sus pajas mentales, su onirismo lisérgico como diría entre cervezas, pero son salvables y no se anteponen al subtexto y el tema principal de lo que quiere contar y/o expresar. La fotografía de Manuel Alberto Claro es excelente, siempre intentando aprovechar la luz natural, consigue acertadamente cálidos y colores sepia en contraste con un fuerte tono de grises y oscuros, siempre acorde con la historia que se está contando. Por no hablar de un plantel de actores de categoría como las dos protagonistas nombradas anteriormente, y Alexander Skargard, Stellan Skarsgard, Kiefer Sutherland, John Hurt, Udo Kier, y la malévola Charlotte Rampling. Eso si, de las pocas pegas que uno le puede poner es el uso musical repetido hasta la extenuación del principio de la ópera de Richard Wagner, la famosa Tristán e Isolda, de la que el autor coge ciertas ínfulas para una tener una base para la trama.