Puntuación: 6.5
Hablar de Drácula en el cine es hablar de palabras mayores. Carl Theodor Dreyer y su Vampyr, Murnau y su Nosferatu, Tod Browning y su Drácula de 1951, Terence Fisher y su Drácula de 1958 o Francis Ford Coppola y su Drácula de 1992 son algunos ejemplos. Como vemos todo son prácticamente obras maestra del séptimo arte que a todos nos gusta admirar.

Por eso el nuevo Drácula que se estrena esta semana nos ha producido una sensación defensiva o de rechazo por temor únicamente a encontrarnos ante un producto que deshonre la calidad habitual.
El primer atrevimiento del film es el de ser una ópera prima. Gary Shore se enfrenta a la adaptación de un icono cultural como si no pasase nada. Inspirada en el prólogo de la obra de Coppola, este nuevo-viejo Drácula propone un acercamiento al príncipe Vlad III de Valaquia, el personaje real que supuestamente sirvió de inspiración a la novela de Bram Stoker.
A partir de este momento inicial el director parece olvidarse de las obras de Murnau o de Dreyer, para adentrarse más bien en la bestia de Cocteau (La belle et la bete), adentrándose completamente en el alma y el origen que da pie a la bestia. Con este punto de partida el prejuicio o temor inicial hacia la calidad del film parece desvanecerse por unos minutos, pero por desgracia, la vulgaridad ejerce presión y la obra comienza a dejar ver la sangre del dinero invertido y el objetivo financiero que lleva detrás. Shore además como buen nobel, se debilita dejando paso a la comercialidad habitual en estos tiempos. Aún así, ese prólogo \”original\” consigue que el film no decaiga e interese a todo tipo de público, convirtiéndose en una película mucho mejor de lo que esperabamos.


Luke Evans demuestra ser un nombre muy a tener en cuenta, ya que compone un Drácula tan emotivo como cercano, frágil a la par que contundente. Un hombre de familia que debe afrontar su monstruosidad como medio para salvar todo aquello que ama. Este acto redentor, convierte a nuestro personaje en una especia no de héroe, sino de superhéroe habitual en este inicio de siglo XXI.

Estéticamente el film navega entre las producciones DC y la grúa permanente de Peter Jackson en la trilogía del anillo. Un aire a este ultimo o más bien a Juego de Tronos, hace que la parte dramática y la seriedad pretendida, se derrumbe en algunos momentos debido a ese halo juvenil y a unos diálogos opulentos y pretendidamente grandilocuentes que no llegan a encajar con lo visual y el estilo general de la obra.
Estamos ante un ejemplo perfecto de como la maquinaria ha arruinado una idea que llevado a cabo con bajo presupuesto, hubiese dado más libertad a su autor y hubiese enseñado mejor que es lo que quería ser. Aún así recomendable para pasar un buen rato.