En pleno estado remember de cine de acción de los 80, uno de los grandes clásicos del mismo se une a los míticos Schwarzenegger, Stallone o Bruce Willis para hacer algo que se le da muy bien, acabar con todos los putos delincuentes que se le pongan por delante. En una época donde la sociedad dejaba que un cine llamado fascista se emitiese sin problema alguno, actores como Mel Gibson se encumbraron como leyenda de un género perdido que Hollywood quiere recuperar.

Desde su papel en la tercera entrega de Los Mercenarios se ha convertido en uno de esos yayos ciclados que ahora luce palmito en todo su esplendor en Blood Father, una peli de redención (por la vía de matar escoria) dirigida por Jean-François Richet (director del Asalto al Distrito 13 y Mesrine), que recupera al actor para un papel protagonista (algo que no sucedía desde 2012, en Vacaciones en el Infierno).
Gibson, del que Hollywood parece haberse olvidado, se mete aquí en la piel de un padre ex-convicto, desahuciado por la sociedad, que ver la posibilidad de hacer algo bueno cuando su hija acude a él tras ser acosada el traficante miserable de su novio.

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